3 ene 2016

En la luz a plomo

Si las manos pudiesen (las tuyas,
las mías) rasgar la niebla,
entrar en la luz a plomo.
Si la voz llegara. No una cualquiera:
la tuya, y en la mañana volara.
Y de júbilo cantase.
Con tus manos, y las mías,
pudiera entrar en el azul, cualquier
azul: el del mar,
el del cielo, el de la vulgar canción
del agua corriente. Y con ellas ascendiera.
(El ave, las manos, la voz).
Y fueran llama. Casi.


(ANDRADE, Eugénio de. Los surcos de la sed. Madrid: Calambur, 2001, p. 91).

22 dic 2015

Aprendiendo


El naufragio de la esperanza  (1821) de Gaspar Friedrich
 
«Aprender algo de la vida es irse acostumbrando a saber perder, a aceptar que es por culpa nuestra  y a descubrir en la derrota una nueva luz que guíe nuestros pasos».

(PUJOL, Carlos. Azaña. Barcelona: Planeta, 1992, p. V).

13 dic 2015

El club de los bibliotecarios muertos

Ángel Esteban cuenta en El escritor en su paraíso cómo los grandes literatos de nuestra historia encontraron en las bibliotecas su refugio, su inspiración y sus primeras nóminas.

Las bibliotecas siempre han tenido ese toque vetusto y místico capaz de inspirar a las mejores mentes de nuestra historia. Son lugares que generan obsesión, con pasillos que resguardan romances, el único lugar donde el papel nunca pasa de moda.

El escritor en su paraíso puede considerarse un repaso al 'detrás de las plumas' de los grandes literatos, pero es en verdad una oda compartimentada a las bibliotecas. El filólogo Ángel Esteban ha exprimido en sus casi cuatrocientas páginas el filón que ha sido siempre este espacio para la literatura, el cine e incluso como atrezzo de bar o tienda.

4 dic 2015

Vida del bosque

   «Cuentan que los árboles guardan en el interior de sus ásperas cortezas, ríos de savia y memoria. Ellos, mudos testigos del devenir humano, recogen sus vidas y las almacenan en su interior, por eso, cuando los leñadores cortan sus troncos, afirman que, alguna vez, escuchan ecos de palabras, murmullos de gentes ya muertas con sus voces intactas; llantos y risas tan reales que pueden enloquecer a quien los escuche.

27 nov 2015

La marcha sobre Berlín




El gran paranoico (1936),  de Salvador Dalí
   «Una helada lluvia de noviembre había estado cayendo desde el amanecer, de modo que pedí a Meier que me llamara un taxi. Las negociaciones financieras empezaron no bien doblamos por la Königsallee, porque el conductor notó que yo no llevaba ninguna maleta abultada.

   –¿Gendarmenmarkt, mein Herr? La tarifa normal..., me refiero a la tarifa del antiguo taxímetro, sería alrededor de un marco.

La noche anterior, el Kurs había subido a dos billones de marcos el dólar. Cuando pasamos por la esquina donde Walter Rathenau había sido asesinado –¿hacía dieciséis meses?, parecía toda una vida–, convinimos en que, puesto que yo no tenía cuatro de los nuevos billetes de cien mil millones de marcos, una moneda de un cuarto de dólar norteamericano bastaría para cubrir el costo del viaje.

22 nov 2015

El placer de la música



Santa Cecilia  (1895),  de John William Waterhouse
«Me quedaban las noches. Me concedía, cada noche, unos minutos de música para mí solo. Es cierto que el placer solitario es un placer estéril, pero ningún placer es estéril cuando nos reconcilia con la vida. La música nos transporta a un mundo en donde el dolor sigue existiendo, pero se ensancha, se serena, se hace a la vez más quieto y más profundo, como un torrente que se transformara en lago. Volvía tarde y no podía ponerme a tocar una música demasiado ruidosa; además, nunca me ha gustado. Me daba cuenta de que, en la casa, sólo toleraban la mía y, sin duda, el sueño de la gente cansada vale más que todas las melodías posibles.