«Para alcanzar un alto grado de placer en la
formación de una biblioteca hay que viajar. El bibliótafo viajaba regularmente
en busca de ejemplares. Su teoría era que el coleccionista debe ir al libro, no
esperar a que el libro venga a él. Ningún cazador que se precie, decía, querría
que le trajeran un ciervo vivo a su jardín para matarlo. La mitad del placer
está en seguir a la presa hasta su escondite.
Sólo en contadas ocasiones hacía pedidos por
catálogo; normalmente iba de acá para allá, visitando a los libreros, buscando
el libro deseado. Disfrutaba en aquellas tiendas en las que el librero tenía
toda la mercancía expuesta, las existencias eran abundantes y las sorpresas
habituales; donde el propietario estaba magníficamente bien informado sobre
algunos aspectos e igualmente desinformado sobre otros.
Compraba generosamente, nunca discutía un
precio y dejaba su dinero con el aire del hombre que cree que el dinero que no
se gasta es el origen de todos los males».
(VINCENT, Leon H. El bibliótafo: un coleccionista de libros. Barcelona: Periférica,
2015, p. 41).
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