«Todos los
días –cuenta Freddy– yo lo ayudo a preparar las tiritas de plastilina que él
usa para escribir. Papel y lápiz, no usa. Él escribe grabando signos en la
plastilina. Yo no puedo leer lo que él escribe. Lo que él escribe no se lee con
los ojos. Se lee con los dedos.
Con él aprendí
a sentir una hoja. Yo no sabía. Él me enseñó. Cerrá los ojos, me dijo.
Con paciencia me enseñó a sentir una hoja de árbol con los dedos. Me llevó
tiempo aprender porque yo no tenía la costumbre. Ahora me gusta acariciar las
hojas, que los dedos resbalen por el lado de arriba, tan liso que es, sentir la
pelusa de abajo y los hilitos como venas que la hoja tiene adentro.
El otro día
trajeron a la escuela un león recién nacido. Nadie pudo tocarlo. Solamente a él
lo dejaron. Y después yo le pedí:
–Vos, que
pudiste tocarlo, decime cómo era el cachorro.
–Era calentito
–me dijo–. Era suave.
Y me pidió:
–Vos, que
pudiste verlo, ¿cómo era?
Yo le dije que era amarillo.
–¿Amarillo? ¿Cómo es el amarillo, Freddy?
–Como el calor
del sol –le dije».
(GALEANO, Eduardo. Días y
noches de amor y guerra. Madrid: Siglo XXI de
España, 2015, p. 150-151).
No hay comentarios:
Publicar un comentario