6 ago 2019

El universo visto por el ojo de una cerradura

  «Todos los días –cuenta Freddy– yo lo ayudo a preparar las tiritas de plastilina que él usa para escribir. Papel y lápiz, no usa. Él escribe grabando signos en la plastilina. Yo no puedo leer lo que él escribe. Lo que él escribe no se lee con los ojos. Se lee con los dedos.
   Con él aprendí a sentir una hoja. Yo no sabía. Él me enseñó. Cerrá los ojos, me dijo. Con paciencia me enseñó a sentir una hoja de árbol con los dedos. Me llevó tiempo aprender porque yo no tenía la costumbre. Ahora me gusta acariciar las hojas, que los dedos resbalen por el lado de arriba, tan liso que es, sentir la pelusa de abajo y los hilitos como venas que la hoja tiene adentro.
   El otro día trajeron a la escuela un león recién nacido. Nadie pudo tocarlo. Solamente a él lo dejaron. Y después yo le pedí:
   –Vos, que pudiste tocarlo, decime cómo era el cachorro.
   –Era calentito –me dijo–. Era suave.
Y me pidió:
   –Vos, que pudiste verlo, ¿cómo era?
Yo le dije que era amarillo.
   –¿Amarillo? ¿Cómo es el amarillo, Freddy?
   –Como el calor del sol –le dije».


(GALEANO, Eduardo.  Días y noches de amor y guerra. Madrid: Siglo XXI de España, 2015, p. 150-151).

No hay comentarios:

Publicar un comentario