22 feb 2019

Vida de estudiante

Trigonometrías,  de Li-Shu Chen

   «En una habitación de estudiante de la orilla izquierda del Sena, un hombre joven se está vistiendo para ir al baile de la Ópera. Este cuarto de techos bajos, amueblado con restos de subastas, tan limpio como puede estarlo un cuarto alquilado por meses cuando la patrona es una persona de edad secundada por una criada perezosa, constituye por sí mismo un lugar común y requiere ser descrito en términos lo más triviales posible. Encima de la chimenea, en la que se consumen unas débiles brasas, una Coronación de Carlos X de márgenes chamuscados demuestra que la hospedera es legitimista. Encima de la mesa donde se amontonan los libros de derecho del joven Michel-Charles, hay una tablilla con algunos otros libros más queridos por él: poetas latinos, el Lamartine de las Meditaciones, Hugo, desde las Orientales hasta los Cantos del Crepúsculo, pero también Auguste Barbier y Casimir Delavigne, al lado de un ejemplar muy usado de las Canciones de Beránger.
Todos estos detalles, sin embargo, y principalmente los títulos que se leen en el dorso de los libros, se pierden en la oscuridad de las primeras horas de una noche de febrero, atenuada únicamente por dos velas de cera. Apenas si se vislumbran en un rincón, encima de la desgastada alfombrilla protegida por un trozo de toalla de baño, las dos jarras que mi futuro abuelo –que en aquel momento tiene veinte años– ha subido él en persona llenas de agua tibia, y la bañera de chapa donde se ha bañado, tras escuchar las recomendaciones de su patrona pidiéndole que se las arreglase de tal manera que el agua no saliese ni fuese a parar al piso de abajo».

(YOURCENAR, Marguerite. El laberinto del mundo. Madrid: Alfaguara, 2012, p. 339.)

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