23 abr 2018

La luz del libro


La lectora (2),  de Jean Jacques Henner
«Un libro es, esencialmente, no una cosa hablada, sino una cosa escrita; y escrita, no con el propósito de mera comunicación, sino de permanencia. El libro de conversación se imprime sólo porque su autor no puede hablar a miles de personas a la vez; si pudiera hacerlo, lo haría: el volumen es una mera multiplicación de su voz. No podemos hablar con nuestro amigo de la India; si pudiéramos, lo haríamos; en lugar de ello, escribimos: esto es mero vehículo de la voz. Pero un libro se escribe, no para multiplicar la voz meramente, ni para transportarla, sino para perpetuarla. El autor tiene algo que decir, que ve que es útil y verdadero, o bellamente útil. Hasta donde llegan sus noticias, sabe que nadie lo ha dicho aún; hasta donde alcanzan sus conocimientos, sabe que nadie puede decirlo. Está obligado a exponerlo, clara y armoniosamente, si puede; en todo caso, claramente. En el resumen de su vida, encuentra que ésta es la cosa, o el grupo de cosas, que le son manifiestas: la parte de verdadero conocimiento, la visión, la cantidad de luz solar de que le ha sido dado apoderarse en la tierra. Se sentirá obligado a fijarla en el mundo para siempre, a grabarla en la roca, si puede, diciendo: “Esto es lo mejor de mí; en cuanto a lo demás, he comido, bebido, dormido, amado y odiado, como todo el mundo; mi vida era como el vapor y ya no es; pero esto lo vi y lo conocí: esto, si algo mío lo es, es digno de vuestro recuerdo”. Éste es su “escrito”; es, en su pequeña escala humana, y sea cual fuere el grado de verdadera inspiración que haya en él, su inscripción, o escritura. Éste es un “Libro”».


(RUSKIN, John. Sésamo y lirios: ensayos sociales. Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1950, p. 40-41).


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