La lectora (2), de Jean Jacques Henner
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«Un libro es, esencialmente, no una cosa hablada, sino
una cosa escrita; y escrita, no con el propósito de mera comunicación, sino de
permanencia. El libro de conversación se imprime sólo porque su autor no puede
hablar a miles de personas a la vez; si pudiera hacerlo, lo haría: el volumen
es una mera multiplicación de su voz. No podemos hablar con nuestro amigo de la
India; si pudiéramos, lo haríamos; en lugar de ello, escribimos: esto es
mero vehículo de la voz. Pero un libro se escribe, no para
multiplicar la voz meramente, ni para transportarla, sino para perpetuarla. El
autor tiene algo que decir, que ve que es útil y verdadero, o bellamente útil.
Hasta donde llegan sus noticias, sabe que nadie lo ha dicho aún; hasta donde
alcanzan sus conocimientos, sabe que nadie puede decirlo. Está obligado a
exponerlo, clara y armoniosamente, si puede; en todo caso, claramente. En
el resumen de su vida, encuentra que ésta es la cosa, o el grupo de cosas, que
le son manifiestas: la parte de verdadero conocimiento, la visión, la cantidad
de luz solar de que le ha sido dado apoderarse en la tierra. Se sentirá
obligado a fijarla en el mundo para siempre, a grabarla en la roca, si puede,
diciendo: “Esto es lo mejor de mí; en cuanto a lo demás, he comido,
bebido, dormido, amado y odiado, como todo el mundo; mi vida era como el vapor
y ya no es; pero esto lo vi y lo conocí: esto, si algo mío lo es, es digno de
vuestro recuerdo”. Éste es su “escrito”; es, en su pequeña escala
humana, y sea cual fuere el grado de verdadera inspiración que haya en él, su
inscripción, o escritura. Éste es un “Libro”».
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