«Podría
decir lo mismo de Rimbaud o de Juan Rulfo. Una biblioteca es un cuarto de
amigos que me rodean y me brindan su hospitalidad. Una casa sin biblioteca es
una morada sin alma, sin espíritu, sin afectos. Los libros –quizá no todos–
parecen observarnos o llamarnos desde las estanterías. Esperan. Cuando una mano
se les acerca, se inclinan hacia ella. Estoy pensando en el Ulises de Joyce. Lo leí cuando estaba en
el campo disciplinario. Él me abrió la vía a la escritura. Me autorizó a
escribir. Quien te haga semejante ofrenda, ¿no merece tu amistad?
Cada cual en su vida, ¿no ha tenido acaso
algún día la revelación de esa ofrenda, señal de una urgencia o de una
voluntad? Ofrecer una parte de su intimidad –recreada,
reinventada por las palabras y las imágenes–, de la que unos desconocidos se
apropiarán, rodeándola de pasión, amor y secreto. El que realiza ese gesto
generoso se convierte en un amigo excepcional, lejano en el espacio o en el
tiempo, pero a la vez tan próximo».
(BEN JELLOUN, Tahar. Elogio de la amistad.
Barcelona: Muchník, 2001, p. 89).
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