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18 jun 2018

Reticencias


Endymion (c.a. 1725),  de Antonio Corradini
«Si aún no he dicho nada de una belleza tan visible, no hay que ver en ello la reticencia de un hombre completamente conquistado. Pero los rostros que buscamos desesperadamente nos escapan; apenas si un instante».


(YOURCENAR, Marguerite. Memorias de Adriano. 1ª ed., 21ª reimp. Barcelona: Edhasa, 1991, p. 130).

30 nov 2017

Aprendizaje lector


Book of books, de Vladimir Kush
«Nathanael se encontró a gusto en casa del maestro, pese  a las bofetadas y golpes que llovían sobre los alumnos. Pronto le encargaron que enseñase el alfabeto a los más pequeños de sus condiscípulos, pero lo hacía muy mal, y nunca hallaba el momento oportuno para golpear con la regla de hierro los dedos de los chicos. No obstante, su aire de dulzura y su atención servían para que cundiese el buen ejemplo entre los muchachos de su edad. Por la tarde, cuando ya se habían marchado los colegiales, el maestro le permitía leer: en verano, mientras había luz, en el jardín, y en invierno, al resplandor de la lumbre, en la cocina.

21 jun 2017

El sufrimiento es uno

   «El sufrimiento es uno. Se habla de sufrimiento como se habla de placer, pero se habla de ellos cuando ya nos dominan. Cada vez que entran en nosotros, nos sorprenden como una sensación nueva y tenemos que reconocer que los habíamos olvidado. Son diferentes porque nosotros también lo somos: les entregamos cada vez un alma y un cuerpo modificados por la vida. Y sin embargo, el sufrimiento no es más que uno. No conoceremos de él, como no conoceremos del placer, más que algunas formas, siempre las mismas, de las que estamos presos. Habría que explicar esto: nuestra alma, supongo, no tiene más que un teclado restringido y aunque la vida se empeñe en hacerlo sonar, sólo podrá obtener dos o tres pobres notas».


(YOURCENAR, Marguerite. Alexis o el tratado del inútil combate.  Madrid: Alfaguara, 1992, p. 56).

12 ene 2017

El sosiego de aquellos años


La siesta (1868)de Lawrence Alma-Tadema

   «Cuando considero esos años, creo encontrar en ellos la Edad de Oro. Todo era fácil; los esfuerzos de antaño se veían recompensados por una facilidad casi divina. Viajar era un juego: placer controlado, conocido, puesto hábilmente en acción. El trabajo incesante no era más que una forma de voluptuosidad. Mi vida, a la que todo llegaba tarde, el poder y aun la felicidad, adquiría un esplendor cenital, el brillo de las horas de la siesta en que todo se sume en una atmósfera de oro, los objetos de aposento y el cuerpo tendido a nuestro lado. La pasión colmada posee su inocencia, casi tan frágil como las otras: el resto de la belleza humana pasaba a ser un espectáculo, no era ya la presa que yo había perseguido como cazador.

8 abr 2016

El contenido de los libros



Habitación en hotel  (1931),  de Edward Hopper
   «Los libros hubieran podido aclararme muchas cosas. He oído recriminar su influencia muchas veces. Sería muy fácil para mí hacerme la víctima, quizás mi caso pareciera así más interesante, pero la verdad es que los libros no han tenido ninguna influencia sobre mí. Nunca me han gustado los libros. Cuando los abres, estás esperando alguna revelación trascendental, y cuando los cierras, te sientes desilusionado. Además, habría que leerlo todo y no bastaría con toda una vida. Los libros no contienen la vida, sólo contienen sus cenizas. Supongo que le llaman a eso la experiencia humana. En casa había una gran cantidad de volúmenes antiguos, en una habitación donde no entraba nadie. La mayoría eran libros piadosos, impresos en Alemania, llenos de aquel misticismo moravo que tanto gustaba a mis abuelas.

22 nov 2015

El placer de la música



Santa Cecilia  (1895),  de John William Waterhouse
«Me quedaban las noches. Me concedía, cada noche, unos minutos de música para mí solo. Es cierto que el placer solitario es un placer estéril, pero ningún placer es estéril cuando nos reconcilia con la vida. La música nos transporta a un mundo en donde el dolor sigue existiendo, pero se ensancha, se serena, se hace a la vez más quieto y más profundo, como un torrente que se transformara en lago. Volvía tarde y no podía ponerme a tocar una música demasiado ruidosa; además, nunca me ha gustado. Me daba cuenta de que, en la casa, sólo toleraban la mía y, sin duda, el sueño de la gente cansada vale más que todas las melodías posibles.

14 sept 2015

Marguerite Yourcenar

«Su obra más celebre es Memorias de Adriano:  “ de una autenticidad de ficción que llega a niveles exasperantes” y “poderosamente fundada” desde el punto de vista científico [...]. El proyecto –elaborado a partir de numerosos bocetos parcialmente destruidos– de poner en boca de Adriano, el emperador viajero, el balance de su vida haciéndolo hablar como habría podido hacerlo un hombre del siglo II, se remonta a una visita que la autora habría hecho a los veinte años a la Villa Adriana de Roma.

17 jul 2015

Diagrama de una vida


Música del crepúsculo, de Joan Miró
«No perder nunca de vista el diagrama de una vida humana, que no se compone, por más que se diga, de una horizontal y de dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que fue».


(YOURCENAR, Marguerite. Memorias de Adriano. 1ª ed., 21ª reimp. Barcelona: Edhasa, 1991, p. 255).

23 nov 2014

Pecado de silencio



Artes, Música  (1898),  de Alfons Mucha
«Es la más grave de todas mis culpas pero, en fin, la he cometido. Pequé de silencio ante ti y ante mí. Cuando el silencio se instala dentro de una casa, es muy difícil hacerlo salir; cuanto más importante es una cosa, más parece que queremos callarla. Parece como si se tratara de una materia congelada, cada vez más dura y masiva: la vida continúa por debajo, sólo que no se la oye. Woroïno estaba lleno de un silencio que parecía cada vez mayor y todo silencio está hecho de palabras que no se han dicho. Quizás por eso me hice músico. Era necesario que alguien expresara aquel silencio, que le arrebatara toda la tristeza que contenía para hacerlo cantar. Era preciso servirse para ello, no de las palabras, siempre demasiado precisas para no ser crueles, sino simplemente de la música, porque la música no es indiscreta y cuando se lamenta no dice por qué. Se necesitaba una música especial, lenta, llena de largas reticencias y sin embargo verídica, adherida al silencio para acabar por meterse dentro de él. Esa música ha sido la mía. Ya ves que no soy más que un intérprete, me limito a traducir. Pero sólo traducimos nuestras emociones: siempre hablamos de nosotros mismos».


(YOURCENAR, Marguerite. Alexis o el tratado del inútil combate.  Madrid: Alfaguara, 1992, p. 38-39).