No he venido como un
mendigo.
Sólo una hora fugaz estuve
parado al final de tu patio al otro lado del seto del jardín.
¿Por qué con una mirada me
avergüenzas?
De tu jardín no cogí
ninguna rosa, ningún fruto arranqué.
Humildemente me refugié
bajo la sombra a orillas del camino donde cualquier viajero extraño puede
quedarse.
Sí, mis pies estaban
cansados, y caía el chaparrón de la lluvia.
Los vientos gemían entre las
oscilantes ramas de bambú.
Las nubes corrían por el
cielo como en la huida de la derrota.
Mis pies estaban cansados.
No sé lo que pensaste de mí
o a quién aguardabas en tu puerta.
Centelleos de relámpagos
deslumbraban tus ojos vigilantes.
¿Cómo iba yo a saber que
podías verme mientras permanecía en la oscuridad?
No sé lo que pensaste de
mí.
El día ha terminado, y la
lluvia ha cesado un momento.
Dejo la sombra del árbol al
final de tu jardín y este asiento en la hierba.
Está oscuro; cierra tu
puerta; yo sigo mi camino.
El día ha terminado.
(TAGORE, Rabindranaz. El jardinero. Madrid:
Edaf, 2001, p. 122-123).
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