«En
resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches
leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco
dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera, que vino a perder el
juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de
encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros,
amores, tormentas y disparates imposibles; y aséntosele de tal modo en la
imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones
que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo».
(CERVANTES, Miguel de. El ingenioso hidalgo Don
Quijote de la Mancha. Parte I. Barcelona: Círculo de
Lectores, 1982, p. 65).
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