Adan y Eva (1909), de Edvard Munch
|
«No me reconociste entonces. Y cuando dos
días más tarde tu mirada me envolvió con una cierta familiaridad al volver a
encontrarnos, no reconociste en mí a aquella niña que te había querido y a la
que habías hecho despertar, sino sólo a la hermosa joven de dieciocho años que
se había cruzado en tu camino dos días antes en ese mismo lugar. Me miraste
agradablemente sorprendido, se te escapó una leve sonrisa. Volviste a pasar de
largo pero retrocediste enseguida: yo temblaba, estaba exultante de alegría,
rogaba que me hablases.